Cuando la tentación venció al nihilismo



Niebla vespertina. Una situación: su presencia. Tensión. Desconocido desenlace. Sobre mí el lábil peso de mi incógnita.

Hablamos. Había resquicio, pero cordura. Demasiada. Conversación fluida. Bajo la guardia, sin darme cuenta. Todo, ahora sé que indicaba tensión, pero ignoré la evidencia. Fue mientras desviaba mi atención cuando la tentación venció al nihilismo.

Baja. Decidida, armónica, sensual. Una tensión más fuerte, fugaz, escalofriante y cálida, me hace víctima del ataque. Aconteció muy poco tiempo. Quizá percibirlo como una oscilación fue ficticio. Quizá era pensar que el lineal nihilismo había desaparecido, que una fuerza desviaba la dirección. Las fracciones de segundo en las que acontece todo se quedan grabadas en mi retina, en mi tacto, en mi sexto sentido. Sucede el ataque.

Víctima, la bruma que me dominaba encuentra un resplandor. Su densidad se desvanece con llamaradas de pasión. Pulso acelerado, cordura herida, me enfrento a una nueva situación en la que me embriagan las sensaciones. Sucesivos ataques se hacen más agresivos. Una nueva sensación hace acto de presencia: me veo en estado de shock, reflejado en sus ojos. Se acelera el pulso, y a la vez el riesgo. 

Siempre me ha aterrado la sangre, suelo desvanecer y perder la conciencia al imaginarla fluir: me acosa un vértigo con el que pierdo el equilibrio, y mis pensamientos se abruman.

Escucho la sangre bombeándose en mi cabeza. Mis conductos sanguíneos, expuestos, tan cercanos, son rozados por el deseo, y mi sistema nervioso me alerta. Ahogo un grito, presa del pánico. Mi perturbación se convierte en placer, no palidezco ni caigo en mi lipotímia por el acelerado pulso, pero de hacerlo, me mataría. Muerte placentera.

Tenía un plan. Malvado, ingenuo, erógeno, casi letal. Ahora puede efectuarse.

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